–Me siento con deseos
de vomitar –dice una empleada cubana del aeropuerto. El viento inagotable, proscrito, el que
se devuelve o viene de cualquier lejano estar, le arrancó toda fe en el segundo
amor. –Oye, el amor ocurre una sola
vez. El amor pasa como la sustancia emocionada de la primera vez –la otra,
su compañera, se le queda viendo mientras acomoda cajas envueltas en papel
metalizado y las dirige a una repisa del Duty Free.
–Sandy,
mi bien, recuéstate que yo creo que ese disfraz tuyo de Halloween es lo que te tiene
turbada –le arrastra a un lado la peluca de estambre naranja y el corazón se le
convierte en un general que arenga la sangre a una batalla. –Chica, tú, que no me siento bien, y no creo que haya antídoto contra la
profecía de nuestros corazones meridionales –y Sandy cayó al piso víctima
de un infarto, entre el mostrador de bloqueadores solares y una caja con
cápsulas de Omega 3.
Cada vez que alguien desafía los vientos de Santa Ana, una inocente con el corazón roto muere antes de decir verdades sobre la vida.